Sanchismo y franquismo sociológico
El peronismo practicado por Pedro Sánchez y sus socios requiere de un enemigo terrible que los convierta en salvadores de la patria. De ahí que intenten resucitar a Franco una y otra vez. El árbol no debe, sin embargo, dejarnos ver el bosque. Si comparamos algunas de las pautas políticas del franquismo sociológico con muchos de los tics de la actual izquierda, quizás podemos encontrar puntos similares.
Por ejemplo, en materia económica tanto unos como otros se muestran partidarios de practicar un corporativismo oligopolístico que les asegure el apoyo de determinados sectores empresariales mediante un discurso que rechaza la libertad de mercado. Una estrategia que les permite colonizar a las organizaciones sindicales, poniéndolas a su servicio.
Ambos prefieren la inflación antes que las reformas económicas, en un intento de mostrar el liderazgo estatal-gubernamental frente a la ortodoxia en el manejo de los asuntos económicos. Es decir, comparten unos y otros un declarado intervencionismo con proclamas sociales y populistas para justificarlo.
El propio hecho de construir un enemigo imaginario que contribuya a cohesionar las fuerzas propias, a falta de una ideología bien definida, es otra cuestión compartida entre el franquismo y el sanchismo. Así, mientras el primero se presentaba como la tabla de salvación frente a los complots de hordas marxistas, el segundo ensaya una narrativa simétrica frente a la ultraderecha.
Coinciden también en ejercer un control estatal sobre la propia historia, llegando a legislar, en ambos casos, para construir la que se podría denominar “versión oficial” de la misma. Ciertamente en sentidos opuestos, pero con instrumentos parecidos, con la pretensión de deformarla tanto en los libros de texto como en las propias escuelas o, incluso, con el trasiego de féretros. Todo vale para mutar los hechos históricos, que siempre son complejos, en mitos simples.
El control de los principales medios de comunicación y el uso masivo de la propaganda es otro punto compartido. Desde el inicio de la democracia buena parte de la prensa escrita adscrita al régimen franquista se reconvirtió en izquierdista, sumándose así a muchos otros grandes medios de comunicación existentes o nuevos. Lo que ha dado como resultado un dominio mediático que consigue crear un marco mental que muchos terminan aceptando. En Mallorca, incluso, el diario de mayor difusión parece haber retrocedido varias décadas, al llevar las noticias judiciales y los anuncios de las promesas de los partidos en el poder a primera plana, relegando cualquier atisbo de la crítica que debería caracterizar al cuarto poder a breves artículos en las páginas de opinión.
Ese marco mental que el peronismo sanchista ha logrado construir junto con la irrupción de masas de acoso que, a través de cualquier medio, consiguen intimidar o amedrentar al discrepante conduce a muchos opinadores a la autocensura.
Añadamos que ambas tipologías políticas han estado o están encabezadas por un líder carismático que no duda en presentarse investido de una clara superioridad plasmada en la exhibición de los grandes bienes materiales del Estado puestos a su disposición, ya sean éstos un clásico Roll Royce o un moderno Falcon.
En materia sexual el catolicismo extremo, del que se sirvió el franquismo, imposibilitó muchas relaciones satisfactorias entre mujeres y hombres. Una tendencia que, tras el desquite de los años de la transición, vuelve con fuerza de la mano de un neopuritanismo que considera sospechosos de prácticas heteropatriarcales abusivas a la mitad de la población por el simple hecho de ser varones.
Incluso el fútbol, que se llegó a considerar la “tapadera del franquismo”, tiene un claro paralelismo con las series de las grandes plataformas de televisión, al conseguir distraer y canalizar las pasiones del gran público, manteniéndolos alejados de los problemas reales que les afectan. Ambos fenómenos se han utilizado políticamente de una forma parecida.
En cualquier caso, y no menos relevante, los dos conglomerados políticos transmiten la sensación de anhelar monopolizar el poder por encima de todo, estando dispuestos a utilizar para ello cualquier recurso a su alcance. ¡Menos mal que ahora tenemos la Constitución! Por eso cuando algunos socialistas se preguntan a dónde fue a parar el franquismo ideológico, quizás, antes de buscar en otros lugares, podrían comenzar mirando también en su propia casa.
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